La era del espejo roto: Cuando la autenticidad se volvió un filtro más

Vivimos frente a un espejo que ya no refleja, sino que edita. La selfie, el reel, el filtro: son versiones de nosotros cuidadosamente seleccionadas, corregidas, perfeccionadas. La imagen dejó de ser un reflejo para convertirse en un proyecto. Y en ese intento por mostrarnos impecables, se nos está olvidando algo esencial: que ser real también es un acto estético.

La autenticidad se convirtió en moneda de cambio digital. Decimos “sé tú mismo”, pero lo decimos detrás de una pantalla que ilumina solo el ángulo correcto. Publicamos momentos espontáneos que pasaron por cinco tomas previas. La naturalidad se volvió una curaduría.

Las redes nos enseñaron a narrar la vida con filtros emocionales: el éxito, la calma, la plenitud. No hay espacio para lo torcido, lo aburrido o lo cotidiano. Sin embargo, algo se está resquebrajando. Cada vez más voces —creadores, artistas, incluso marcas— comienzan a mostrar las grietas, los días grises, los procesos incompletos. El público lo agradece, quizás porque todos estamos cansados de fingir que vivimos en alta resolución.

En esta era del espejo roto, recuperar la autenticidad no significa abandonar la estética, sino resignificarla. Mostrar sin miedo las líneas, las sombras, las versiones previas. Tal vez el futuro de la imagen no esté en verse perfecto, sino en verse presente.

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Deyanira Álvarez, Gunaa Revista

Directora General de Gunaa Revista

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