Pandemia Confinamiento & Salud Mental

COVID-19 es un virus que ha llegado al mundo impactando la salud y la economía de toda la sociedad. Frente a la crisis sanitaria, mucho interés se ha prestado al manejo médico de los síntomas que puede generar el virus; sin em-bargo, existen otras áreas de la salud que no pueden descuidarse y frente a los cuales cualquier persona resulta vulnerable; se trata de la salud mental. Partiendo de las premisas de la OMS en relación con la salud, puede entenderse la salud mental como un estado de bienestar en el que el individuo es consciente de sus capacidades, afronta las situaciones cotidianas, mantiene una actividad laboral productiva y consigue una buena producción en comunidad. 

En este sentido, cualquier interrupción en dicho bienestar, podría resultar en un quebranto a la salud mental, y cuando esto ocurre, suelen presentarse cambios emocionales, conductuales, físicos y en la relación entre el individuo y la comunidad.


En una situación como la que el mundo está atravesando, en donde la toma de decisiones, la movilidad y el contacto físico se han visto tan limitados, las personas se ven obligadas a adoptar modos diferentes para expresarse, para sentir y para mantener un equilibrio personal, laboral y social. Tras estas transformaciones, las emociones y sentimientos pueden cambiar; es normal
y completamente adaptativo sentirse triste y en ocasiones, preocupado.

Suele presentarse temor y ansiedad frente a la incertidumbre de lo que se avecina, pues es una situación nueva para todos y, consecuentemente, un aprendizaje para cada uno.

No obstante, si bien es esperado que aparezcan algunas emociones, es importante monitorearlas, no evitarlas, pues cuando se ignoran o se aminora su relevancia, se abre paso a manejos inadecuados y como resultado, a posibles síntomas o cuadros afectivos y conductuales patológicos.

 

Las emociones que pueden desarrollarse con mayor relevancia son: ansiedad, impotencia, frustración, miedo, irritabilidad, tristeza, rabia, y la culpa, esta última asociada al riesgo al que se enfrentan los seres queridos concada acción que la persona realiza o al poco o excesivo contacto que se sostiene con la familia; no obstante, en tanto se respeten las normas sanitarias y se cumpla con los protocolos de limpieza y seguridad, esta no resulta una emoción que debería desarrollarse, pues tan solo debería res-ponder a un daño causado a propósito. En este senti-do, hacer consciente cada una de las emociones que puede despertar el aislamiento y la situación sanita-ria actual, permite, entre otras, revisar si en realidad se trata de una emoción que debería sentir, o está, en su lugar, sumando a la lista de conflictos mentales, una carga que no debe cargar, por ejemplo, la culpa frente a algo que se ha manejado de forma correcta. 

Pero en muchas ocasiones, no es una tarea sencilla encontrar un mecanismo adecuado para adaptarse a las nuevas condiciones; aparecen entonces algunas complicaciones. Por ejemplo, durante este tiempo, ¿se ha sentido decaído, cansado o sin esperanzas?, ¿ha disminuido su interés por realizar actividades?, ¿se le dificulta más concentrarse que antes?, ¿se ha sentido nerviosa, excesivamente preocupada o se altera más fácil que antes?, ¿se irrita con mayor fa-cilidad?, ¿ha pensado en usted como una fracasada e incluso ha pensado alguna vez en que sería mejor morir?, ¿ha presentado dificultades para dormir?, ¿ha disminuido su apetito? Estos y otros pensamien-tos como algunas ideas irracionales, que no cuentan con un claro fundamento o que se separan de las po-sibilidades reales, podrían ser una señal de alarma frente al estado de su salud mental.

Cuando estas emociones se acercan a un nivel de descontrol, pueden acompañarse de dificultades respiratorias, presión en el pecho, hiperventilación, sudoración excesiva, temblor, dolor de cabeza, esto-macal o muscular, mareos, taquicardia, agotamiento, insomnio y pobre apetito.

Adicional a esto, pueden aparecer cambios en la esfera cognitiva: dificultades para concentrarse, para tomar decisiones, para recordar información, confusión, pensamientos obsesivos, ideas intrusivas, pesadillas y negación, que pueden conducir a un declive en el rendimiento cotidiano y, como consecuencia, a la aparición de sensaciones de frustración y desgano. Todo lo anterior, puede llevar a la aparición de ciertas conductas, con frecuencia poco adaptativas y que se retroalimentan con los síntomas emocionales y cognitivos. Las personas pueden tornarse hiperactivas, con un discurso y un vocabulario más fuerte y poco habitual, con tendencia al aislamiento, llanto incontrolado y dificultades con la modulación entre las tareas de autocuidado, descanso, ocio y trabajo; si esto sucede con alguna persona cercana a usted, recuerde que el mal momento es universal, así que no la juzgue y procure ser más paciente.

Ahora, ¿qué se puede hacer para procurar mantener una adecuada salud mental en estas circunstancias? Lo primero es conocer un poco de sí mismo y de quienes lo acompañan. A partir de esto podrá tomar las decisiones que estén al alcance de la situación, mayor serenidad y acierto; y, en segundo lugar, identificar las emociones, los deseos y las herramientas que se encuentran al alcance para afrontar la situación. 

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