Aliados por la Igualdad
Desde hace más de trescientos años se ha impulsado una lucha organizada y constante para lograr que las mujeres gocemos de los mismos derechos que los hombres, derechos como ciudadanas, derechos – simplemente – como humanas. Sin embargo, en ese camino, muchos hombres se han sentido maltratados, como si les quitaran derechos, cuando en realidad, no se les ha disminuido ni uno solo, lo que se han ido abatiendo son excesos de poder que históricamente generaron desequilibrios entre hombres y mujeres que eran innecesarios, evitables e injustos, en detrimento de las mujeres.
Es innegable que ha habido avances en diferentes ámbitos, por ejemplo, de acuerdo con el Sistema Interactivo de Consulta de Estadística Educativa, actualmente, de los estudiantes registrados a nivel superior, el 52.82% del total de la matrícula son mujeres. En el ámbito económico, el 44% de las mujeres de 15 años o más de edad forman parte de la población económicamente activa (alrededor de 22.8 millones de mujeres) de las cuales, 55 de cada 100 se ocuparon en actividades de comercio, industria manufacturera y servicios sociales (ENOE, 2021). Según datos del INEGI, 1.6 millones de micro, pequeñas y medianas empresas (MIPYMES) de los sectores de manufactura, comercio y servicios privados no financieros tenían como propietaria a una mujer y emplearon a 2.9 millones de personas. Aunque estos datos parecen generosos, lo cierto es que aún falta por garantizar que tanto las universitarias que egresan puedan incorporarse al ámbito laboral en condiciones de igualdad salarial, con posibilidades reales de acceder a la toma de decisiones, y de tener medidas de corresponsabilidad familiar que les permitan desarrollar sus trayectorias profesionales. Y aunque la representación de mujeres en las empresas ha crecido, lo cierto es que aún hay pendientes en términos de las prestaciones financieras y los estímulos fiscales que pudieran tener para acrecentar sus negocios y lograr la autonomía económica.
También hemos tenido avances, no sólo en su reconocimiento jurídico, sino en la posibilidad de acceder a candidaturas y puestos de toma de decisión de forma paritaria, de conformidad con las recientes reformas legislativas, pero falta una implementación efectiva que se traduzca en resultados benéficos para resarcir las desigualdades y las violencias aún persistentes que enfrentan las mujeres, especialmente de las mujeres en condiciones de pobreza, las víctimas de violencia, las mujeres con discapacidad, las adultas mayores, las indígenas, entre otras.
Bajo este contexto, con sus luces y sombras, también ha surgido el interés de un sector de los varones interesados en asumirse feministas, o aliados en la causa, pues han identificado que el contexto actual requiere no sólo que no hagan cosas que dañen a las mujeres, sino que sean parte activa a favor de la igualdad. Y sí, es necesaria su intervención, no porque las mujeres necesitemos al príncipe que nos rescate, sino porque es responsabilidad de todas y todos edificar una sociedad donde la convivencia sea respetuosa, pacífica, con igualdad de oportunidades, corresponsable y solidaria.
“Si hombres y mujeres somos protagonistas hacia un mundo más humano, solidario e igualitario, podremos dejar un escenario más prometedor para las generaciones futuras”.
Elvia Ramírez León.
En ese sentido, los hombres juegan un papel estratégico, no sustituyendo u opacando el liderazgo tan necesario de las mujeres, ni apropiándose de las causas feministas que han enarbolado durante siglos, sino “traicionando al patriarcado”. Y ¿qué significa traicionar al patriarcado? Significa ejercer una masculinidad libre de mandatos tóxicos como la violencia, la prepotencia, el desprecio de lo femenino, el hedonismo, la irresponsabilidad, la complicidad – de hecho, o de omisión – de acciones que denigran o agravian a las mujeres. No se trata únicamente de no ejercer esos mandatos tóxicos socialmente avalados y aplaudidos en muchas culturas. Si no de ser evidencia viva de respeto, reconocimiento y valoración de las mujeres, no porque tienen madres, hermanas, esposas, hijas, simplemente, porque son mujeres. Esto que suena “tan sencillo” es realmente contracultural, en especial, cuando aún hay canciones, películas, series, juegos, que refuerzan conductas que objetivizan a las mujeres para el consumo de los varones.
Ahora, con eso no estoy diciendo que todos los hombres han sido malos, no, no, no, no, no. Lo que estoy señalando es que es urgente e indispensable que los muchos hombres buenos que habitan el planeta, nuestro país, nuestra ciudad, en nuestras familias concretamente, no se conformen con el “live and let live” (vive y deja vivir). Para transformar positivamente a México, todos hacen falta, nadie sobra. Por eso es muy importante que los hombres empiecen a dialogar con otros hombres sobre cómo dejar atrás pactos – intrínsecos – que han obstaculizado un desarrollo verdaderamente sostenible para todas las personas.
Veo con mucha esperanza y optimismo que, si hombres y mujeres somos protagonistas hacia un mundo más humano, solidario e igualitario, podremos dejar un escenario más prometedor para las generaciones futuras, pues no olvidemos que “para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada”
(Edmund Burke).
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